Si la tanorexia es la enfermedad que afecta a aquellas personas que están obsesionadas con broncearse, la tanofobia es justamente lo contrario, un miedo irracional al Sol que supone igualmente un problema para quienes lo padecen, ya que renuncian a los beneficios importantes que nos proporciona el astro rey.
Cierto es que una exposición prolongada a los rayos solares puede ser peligrosa. El cáncer de piel y otras patologías asociadas están a la orden del día, pero ojo, el Sol concede al ser humano dosis importantes de vitamina D, un micronutriente que juega un papel destacado en el mantenimiento de órganos y sistemas.
No es el vitamínico el único efecto positivo que se pierden tanófobos y tanófobas: la luz natural influye también en nuestra salud emocional, ejerciendo con eficacia contra problemas como la tristeza, el decaimiento o el mal humor.
La tanofobia afecta especialmente a un público de cierta edad, entre 50 y 60 años, y se cura a menudo con sesiones específicas de psicoterapia. Con el Sol ni mucho ni poco… equilibrio.