Es hablar sobre cubismo y venirme Picasso a la cabeza. Él fue uno de los principales impulsores de este movimiento artístico. Y a él precisamente le debemos la que se considera primera obra cubista. Vaya por delante que es una pintura, un óleo sobre lienzo, fechada en el año 1907 y conservada en la actualidad en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
No os mantengo en ascuas. Para quienes no lo sepáis, la primera obra del cubismo fue ‘Las señoritas de Avignon’ -o ‘Las señoritas de Aviñón’-. Este cuadro rompió con el realismo generalizado que se practicaba hasta entonces en el mundo del arte, e incluyó novedades relacionadas con las las líneas, las formas, los colores y, sobre todo, las perspectivas. Fue, por decirlo de alguna manera, el primer exponente de la primera vanguardia. Ahí es nada.
‘Las señoritas de Avignon’ representa una escena en el interior de un prostíbulo en la que las protagonistas son cinco mujeres desnudas, tres de ellas con una especie de máscaras en la cara. Junto a ellas, en la parte inferior de la obra, hay un bodegón con frutas colocado sobre una mesa tapada con un mantel blanco.
Una de las curiosidades de esta pintura tiene que ver con el título. Picasso, como solía ser costumbre, no se lo quiso poner hasta pasado un tiempo. Fue dos años más tarde de la creación cuando su amigo Apollinaire pensó en llamarla ‘El burdel filosófico’. Más tarde, André Salmon lo cambió por el de ‘Les demoiselles d’Avinyó’, en referencia a una calle de Barcelona en la que había burdeles. Pasó que la palabra Avinyó era frecuentemente confundida con Avignon, por lo que fue finalmente la ciudad francesa la elegida.
Protagonista excepcional del panorama artístico de principios del siglo XX, el cubismo tuvo como centro neurálgico al París de la época. Aparte de Picasso, fueron sus máximos exponentes el español Juan Gris y los franceses Georges Braque y Fernand Léger.