Atila (395-453) fue el último y más destacado líder de los Hunos, tribu de origen incierto que bajo el mandato del también llamado ‘Azote de Dios’ llegó a dominar gran parte de Europa y puso en jaque al Imperio Romano. Tal fue la fiereza del caudillo que llegó a decirse de él que por donde pasaba su caballo no crecía la hierba.
El caballo de Atila, casi tan afamado como su jinete, se llamó Othar y era un robusto ejemplar de color gris y de la raza Tarpán, procedente de las estepas asiáticas. De sangre caliente y carente de adornos -para los hunos era ofensivo colgar cosas de sus monturas-, se trataba de un animal veloz pero no excesivamente grande, alrededor de 130 cm de alzada; con orejas largas, ojos pequeños y cuello ancho y corto.
Al ser un pueblo nómada, los hunos tenían en sus caballos a unos perfectos compañeros y aliados para desplazarse en manada. Estos mamíferos eran para ellos sagrados, una prolongación de su propia existencia sin la que Atila jamás hubiera sido capaz de cosechar sus éxitos sobre el campo de batalla.
En efecto, Atila dio poder a los Hunos hasta el punto de llegar a gobernar un extenso territorio que se extendió desde Europa Central hasta el mar Negro y desde el río Danubio hasta el mar Báltico.