La primera vez que Charles Chaplin habló

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Charlie Chaplin en Tiempos Modernos

Su rostro, sus gestos y sus ‘pantomimas’ son de sobra reconocidos. Cuando tenemos que acordarnos de su voz, sin embargo, la tarea se nos torna más complicada. Aún así, la figura del genio del slapstick no es solo fundamental para conocer la historia del cine mudo, sino también para tratar de entender lo que supuso el repentino furor por los ‘talkies’, que dejó a Hollywood, de manera súbita, sin espacio para su perspectiva de la industria. No en vano, no es casualidad que Charles Chaplin sea uno de los directores más importantes de la historia del cine mundial, uno cuya influencia se nota en cada recodo de celuloide.

Al contrario que lo que narraba con tanto cariño ‘The Artist’, heredera de ‘Cantando bajo la lluvia’ -el optimismo hecho película- y del punzante clásico ‘El Crepúsculo de los Dioses’, Chaplin supo evolucionar. Desarrolló su etapa de autor después de que se le negó la opción de seguir haciendo películas mudas. Aunque, en realidad, tardó en subirse al carro, durante una década donde se erigió en guerra contra el cine sonoro y todos sus promotores. El único que tuvo poder suficiente para hacerlo.

Pese a la creencia popular -no tan descaminada- de que ‘Tiempos Modernos’ (1937) fue su última cinta muda, en este film sobre la lucha de clases y la era industrial ya entonó sus primeras palabras, un alegato contra los grandes estudios y sus nuevos métodos de hacer cine, camuflado en una divertida canción sin sentido. Su anterior película, la encantadora ‘Luces de la Ciudad’ (1931), fue, por lo tanto, su último trabajo completamente mudo. Chaplin completó su inconmensurable etapa de transición con ‘El Gran Dictador’ (1940), un triunvirato de películas legendarias que son mucho más de lo que a simple vista parecen. Supusieron, asimismo, un ‘punto de no retorno’ para Hollywood, sumergido en una época donde el cine cambió para siempre.

El icónico genio, por su parte, nunca estuvo demasiado contento con la transformación. El sonoro había absorbido repentinamente todo el mercado, sin piedad. Nunca se había dado un cambio tan brusco, y nunca se volvería a dar. En menos de una década desde su perfeccionamiento, y el estreno en ‘El cantante de Jazz’, los estudios habían decidido prescindir completamente del cine mudo, de su estructura y de sus posibilidades. Todo sobre lo que se había construido Hollywood era ya un sueño lejano: la puesta en escena, las estrellas del ayer… A pesar de todo, Chaplin se negaba al cambio. Los estudios no hacían más que presionarle para que se adaptara a los ‘nuevos tiempos’, pero el británico no entendía por qué las dos técnicas no podrían convivir. El mudo seguía concediendo una serie de características únicas al cine. Eso lo hacía diferente a cualquier otro arte, una expresión más cercana a la pictórica que no necesitaba de palabras para emocionar y narrar una historia. Chaplin mantenía que el séptimo arte tiene como principal valor la imagen y que los diálogos ni iban a arreglar ni mejorar su obra, aunque sí harían más fácil el trabajo a directores menos notables.

La rebeldía de la estrella

Por suerte, en su mano seguía la mítica United Artist, donde pudo seguir a su ritmo. Su vigente poder como gran estrella le ayudó a estrenar en 1931 ‘Luces de la Ciudad’, irrepetible obra maestra del mudo levantada en pleno apogeo de los talkies y el cine musical. En ella no solo mostraba lo mejor del slapstick por el que ha pasado a la historia, sino que enseñaba su lado nostálgico, autoreferencial y muy pendiente de la realidad. Su oda al cine mudo incluye, además, gags sonoros que destacan esta evolución. Su canto de amor a un cine que ejercita la visión del espectador, un medio mucho más caliente que necesita la participación de la audiencia, quienes experimentan e interactúan. El diálogo, según él, destrozaría esta conversación. A partir de este cambio, sin embargo, nada volvería a ser lo mismo. Chaplin ya se preparaba para el adiós de su personaje icónico, ese vagabundo -The Tramp- que en España fue conocido como Charlot.

Y entonces, en 1936 para ser concretos, llegó ‘Tiempos Modernos’. Lo que en la forma era una crítica voraz contra el maquinismo y la industria moderna, suponía para Charlie Chaplin una nueva oportunidad para hablar de sí mismo. Acompañado por varias estrellas rápidamente olvidadas del cine mudo, la gran máquina era en realidad esa industria hollywoodiense que no ha tenido ninguna piedad en engullir al mudo. Todos los diálogos que aparecen previos al momento cumbre de la cinta se oyen a través de radios, discos u otros instrumentos. La voz es para Chaplin legítima, pero no en el cine.

Y en el momento de la verdad… Chaplin habló. De manera totalmente inesperada, y tras siete años en constante negación, el actor, director y guionista salta a escena para demostrar a los estudios que su oposición a los talkies no era causada por una carencia. Solo por una simple convicción. En lo que aparenta ser un simple gag cómico, Chaplin chapurrea unas palabras en un idioma inventado que no hace falta comprender para entender. Sin decir nada con sentido, expresa su objetivo. Todo lo que dice con palabras lo puede decir sin ellas. El genio demostraba a los magnates que también sabía hacer reír con palabras, pero que a veces la simple palabrería no quiere decir nada. Decide hablar por fin, pero para hablar de sí mismo.

Su triumbirato contra los talkies, disfrazado de cine social, culminó con ‘El Gran Dictador’ (1940). Ya en la primera aparición de sus líder totalitario repetía estrategia, poniendo en boca del general Hinkel una lengua inventada que parece sonar a alemán y en la que solo reconocemos la palabra ‘juden’, dicha con mucho odio. Adaptándose a los tiempos, éste fue su primer guión escrito sobre papel, no totalmente improvisado. Sin embargo, pese a que aparezcan diálogos por toda la cinta, no puede dejar de verse el alma de cine mudo, gracias a coreografías que han pasado a la historia. La bola del mundo y la pelea del afeitado están en el subconsciente colectivo. La puesta en escena chapliniana sigue presente, aunque desaparecería casi por completo en posteriores trabajos como ‘Candilejas’, donde haría también un guiño al miedo escénico, al terror al silencio. Todo es puramente visual para Chaplin, y el diálogo es simplemente un recurso adicional. Nunca el objetivo. En el siglo XXI, la película sigue, aunque parezca increíble, más viva y actual que nunca. La obra alrededor de Hitler no solo explora el histórico momento que se abría a su alrededor, sino que también es un reflejo claro de la evolución personal y profesional por la que pasaba el cineasta.

A partir del tercer acto de la cinta, el cineasta se olvida del slapstick puro, para dar vida a un cine crítico, marcadamente dramático y biográfico. La palabra vuelve a convertirse en centro neurálgico, e incluso el último y célebre discurso tiene un mensaje metatextual. En la secuencia, el barbero, última representación de Charlot, es confundido por el vil dictador, con lo que es colocado por error en escena, desde donde dar un mitín a miles de seguidores. Los balbuceos alemanes desaparecen, y se esfuman también cualquiera de los personajes con el rostro de Chaplin. Es en realidad, el propio Chaplin quien toma el epicentro, hablando directamente a la cámara y saltándose la convención de la cuarta pared, así como el argumento de la cinta.

En este discurso improvisado por los hechos que transcurrían en Europa mientras sucedía el rodaje, Chaplin hace todo un alegato contra la era de la tecnología, «Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que tecnología necesitamos humanidad«, y la sociedad inmovilista. Posicionándose claramente contra los fascismo, la flamelga con potentísimo contenido político esconde en su meta-mensaje todo un alegato contra los magnates que no hacían más que presionarles. Nada más lejos del argumento de la película. El egocentrismo de su cine nunca había estado más presente. Charlot ha muerto, para dejar paso a un Chaplin más acorde con los tiempos. Tiempos que reniegan de genios como Buster Keaton, Mary Pickford y Gloria Swanson.

Viendo el reciente e inesperado éxito de ‘The Artist’ en el siglo XXI, es obvio que el cine mudo todavía tiene mucho por decir, por paradójico que parezca. 100 años después el poder de la palabra sigue sobrevalorado. No es menos cierto que ha habido verdaderos genios de la técnica, como Billy Wilder y Quentin Tarantino, pero, en demasiadas ocasiones, es utilizado como recurso fácil para hacer avanzar la historia. En parte, el hablado es el causante de haber llevado al celuloide a no explotar todo sus posibilidades, relegado en demasiadas ocasiones a ser un arte menor sublevado a la literatura.

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