¿Qué es un show-runner?

Sobre las tablas del teatro, el actor tiene el poder. En el cine, el director tiene la sartén por el mango. Pero, en televisión, es el guionista quien controla hasta el más último detalle, siendo los directores simples invitados a sus dominios. Controlan los devenires diarios de la producción, tanto delante como detrás de las cámaras; conectan cada una de las fases -desde la concepción hasta la edición-; negocian con el canal, y, por supuesto, tratan de mantener la coherencia de las tramas, mientras dirigen la mesa de guionistas. Éstas son solo algunas de las labores en los interminables días de los show-runners, máximos encargados de que una producción serializada llegue a buen puerto semana tras semana.

El término se le concede habitualmente al creador y productor ejecutivo, aunque, con el tiempo, también es común que los creativos originales acaben dejando su hueco a otro de sus compañeros guionistas, quedándose así en un segundo plano y pudiendo asumir los mandos de flamantes proyectos. El veterano John Wells -creador de ‘Urgencias’-, por ejemplo, tomó las riendas de ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’ cuando Aaron Sorkin tuvo que abandonar, exhausto y con un grave problema de drogadicción. Del mismo modo, magnates como Chuck Lorre, con hasta tres producciones en antena, deciden derivar sus tareas en algunos de sus compañeros, simplemente sobrevolando los rodajes y firmando el producto final. Asimismo, empujados por el estrés que conlleva el trabajo, es habitual que una serie tenga a más de una persona cumpliendo este rol. Otros como Shonda Rimes, por el contrario, consiguen compagina tres series en antena -‘Anatomía de Grey’, ‘Sin cita previa’ y ‘Scandal’- sin abandonar ninguno de sus cargos. Del mismo modo trabaja Seth MacFarlane, quien además de controlar ‘Padre de familia’, ‘Padre made in USA’ y ‘El Show de Cleveland’ cede sus laringes a muchos de sus animados personajes.

Como show-runners, los guionistas están expuestos a cualquier conflicto que se levante en el set o fuera de él. De un día para otro, y si tienen la suerte de que su piloto reciba luz verde, pasan de ser simples escritores a dirigir una empresa con decenas de trabajadores a su mando. No en vano, algunos de los más carismáticos se han llegado a convertir en figuras públicas de primer nivel, envueltas también en la controversia. Famosas son, por ejemplo, las publicitadas desavenencias  de poder entre Lorre y Roseanne Barr en ‘Roseanne’ o entre el propio Lorre y Charlie Sheen durante ‘Dos hombres y medios’. La constante intervención de los canales es otros de los grandes conflictos que deben solventar. Es habitual que los ejecutivos de los canales envíen sus personalidad cartas de recomendación -‘trata de hacer el producto más asequible’, ‘recorta las palabras malsonantes’, ‘di … en vez de …’, ‘haz más agradable al personaje protagonista’… No es extraño, por lo tanto, que muchos de los guionistas acaben volando hacia la libertad del cable, quienes asumen riesgos contratando a oscarizados autores de primer nivel como Alan Ball (A dos metros bajo tierra) y Sorkin (The Newsroom), o a personales guionistas que no admiten trabas en su visión, como David Simon (The Wire), Matthew Weiner (Mad Men) y David Milch (Deadwood).

En una época donde los fans están más conectados que nunca con las producciones. Los show-runner se convierten en ocasiones en figuras más célebres incluso que los actores protagonistas. Entre los más venerados de toda comic-con que se precie se encuentra, por ejemplo, Joss Whedon, creador de las series de culto ‘Buffy’, ‘Angel’, ‘Firefly’ o ‘Dollhouse’; o J.J. Abrams, encargado de ‘Alias’, ‘Perdidos’ y ‘Felicity’. La experiencia acabó empujando a ambos a la dirección cinematográfica, donde se han coronado como dos de los cineastas más codiciados, como hace tiempo hicieron David Lynch y Garry Marshall. La televisión y el cine conviven puerta con puerta.